Pellerano & Herrera Fundación Pellerano & Herrera

Cincuenta años como abogados

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Resultó un acontecimiento verdaderamente emocionante el intercambio social que celebramos la semana antepasada, en ocasión del cincuentenario de nuestra investidura como doctores en Derecho en la Universidad de Santo Domingo, efectuada el 28 de octubre de 1958. En la ocasión, casi todos los supervivientes, que somos 55, nos reunimos en contagiosa alegría en un lugar exquisito de esta ciudad a festejar con un almuerzo pasa tarde los 50 años de nuestra graduación. Aquello resultó inolvidable.

Nadie puede decir validamente que 50 años no son nada, aunque ahora suelen llamarle todavía muchacho al que los ha cumplido de vida. Pero cuando se trata de quienes, como a nosotros, Dios nos ha permitido durar ese tiempo en el ejercicio de la profesión, es lógico que estemos en presencia de un hecho no solamente digno de celebrarse, sino de darle gracias como lo hicimos fervorosamente al Señor con inspirada invocación de nuestra condiscípula Luisiana Scheker. En nuestro caso, esta celebración se justifica más, porque no hay un solo de nuestros compañeros que en el ejercicio de la profesión o fuera de ella no se haya desenvuelto con nobleza y que en las especialidades practicadas o en la actividad privada no haya cumplido una digna hoja de servicio a la causa del derecho en honor a la justicia o del país, que haya mancillado la toga o incurrido en acto bochornoso, de lo cual nos sentimos justificadamente orgullosos. Del grupo de 104 que nos graduamos, 49 han ido a rendir cuentas al Todopoderoso.

No es posible recordarlos a todos por sus nombres, pero sin dudas que la fiesta que hicimos hubiera sido mejor con la presencia física de Frank Logroño, Francisco Díaz Morales, César Estrella Sadhalá, Juan María Lora Fernández, Rafael Mere Márquez, Hildemaro Arvelo, Amada Nivar de Pitaluga, Miguel Ángel Báez Brito, Rodolfo y Carlos Bonetti, Octavio Amiama Castro y de todos los demás compañeros letrados que han ido a vivir con Jesucristo el dueño de la eternidad. La actividad fue alegre desde sus inicios con la entrada de cada participante al sitio escogido para la celebración con cuya presencia se armaba tremenda algarabía. Los abrazos y besos de confraternidad nos hicieron compartir y vivir un día maravilloso, rememorando episodios placenteros de nuestras vidas como estudiantes universitarios provenientes de las para entonces denominadas escuelas normales de la capital y de distintas municipalidades del país. Luego de la invocación ya señalada y de las palabras de bienvenida que pusimos a cargo de Ciro Dargán, que fue el mismo que las pronunció el día que nos graduamos. La música no se hizo esperar. El cantante del grupo, Freddy Reyes, cantó bien, como siempre, y puso a cantar a todo el mundo.

Allí se demostró que de esa promoción no solo salieron buenos abogados, sino también, aunque ya viejebos y entradas las muchachas en edad, buenos y buenas bailadores... y para que el entusiasmo perdurara después una comida tan rica como fue servida, Licelotte Marte de Barrios, nuestra condiscípula, sorprendió la concurrencia con la participación de las Belly Dance, unas bailarinas de música árabe cuyos movimientos son de maravillas. No faltó, como era justo, recordar con el silencio a nuestros compañeros fallecidos, sino también a nuestros muy respetados profesores que dicho sea de pasada, en su honor, eran verdaderas luminarias del Derecho. Basta con poner como ejemplos a Hipólito Herrera Billini, Carlos Sánchez y Sánchez, Manuel Ramón Ruiz Tejada, Joaquín Balaguer, Froilán Tavárez, Antonio Ballester Hernández, Manuel Amiama y otros que en este instante no acuden a mi memoria, pero igualmente guardan entre nosotros sitio de veneración y de respeto

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